Los métodos tradicionales de disciplina nunca han hecho a nadie más maduro.
De hecho los castigos, regaños, amenazas, insultos, etc. es lo que hacemos para compensar a la inmadurez.
Habemos muchos adultos que fuimos disciplinados, claro que sí. Pero eso no necesariamente nos hizo aprender de nuestros errores, ni a hacer lo correcto. Tras años de investigaciones, se ha demostrado que la parentalidad no debe tener nada con el control ni con empujarlos a ser lo que todavía no pueden ser, ni ha hacerlos sentir lo que no sienten. De hecho, por más corajes que hagamos nosotros, no hay manera de controlar cómo se sienten, por ejemplo, durante un berrinche o una decepción.
La idea errónea de que la parentalidad es corregir el comportamiento, enseñarle a los niños cómo actuar y qué decir, desvía completamente la naturaleza del desarrollo humano. De la misma manera que no puedes enseñarle a una semilla de higo, crecer hasta ser una higuera, nosotros no podemos controlar su crecimiento ni su destino.
Soltar la idea de controlar a los hijos te puede ser muy difícil especialmente si te da una sensación de seguridad.
Controlar el desarrollo de los niños –cambiarlo o acelerarlo– nunca ha sido nuestro trabajo.
Debemos dejar de empujar a los hijos hacia su independencia, creyendo que una “disciplina correcta” los llevará ahí. No somos entrenadores. En realidad, nuestro trabajo es casi como el de un jardinero; es solo dar las condiciones adecuadas para que esa semilla crezca hacia lo que debe ser.
Lo único que sí podemos hacer en cuanto a las emociones es:
– Ayudarles a nombrarlas y enseñarles a trascenderlas.
Lo único que sí podemos hacer en cuanto a su comportamiento es:
– Hacerlos pensar hacia una mejor toma de decisiones.
– Aprender de sus errores a base de la narración de los eventos.
– Ayudarlos a ver otras opiniones y puntos de vista.
– A pensar en los demás.
– Y en si mismos también.
– A gozar de los momentos simples.
– A seguir su brújula interna.
– A ser resilentes cuando la vida los tumba.
Les servimos mejor a nuestros hijos si nos concentramos en fortaleces su relación con nosotros, relaciones amorosas que los aterrizan en esta vida, una base segura, un lugar en donde acurrucarse cuando el mundo es demasiado hiriente. Nuestro trabajo “solamente” (y lo pongo entre comillado porque es más complejo de lo que parece) es ser su Apego Seguro, haciéndoles saber que cuentan con nosotros en las buenas, malas, volteadas y volteretas.
Siempre.
Y es con esa compañía constante y amorosa que, sí, pone limites y llama la atención cuando es necesario, que ellos, poco a poco, día con día, año con año, van madurando. Recuerda, el cerebro de nuestros hijos madurará hasta los 25 años… así que ¡toma aire y disfrútalo!
Photo by Monstera: https://www.pexels.com/photo/upset-little-ethnic-girl-standing-under-artificial-cloud-in-white-studio-7140758/
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